De cabellos castaños rojizos
un poco
despeinados
y sonrisa
pálida
más que
caminar, parecía que flotaba
paseaba por
el bosque,
siempre en
busca de algo.
Un amanecer
rojo como su cabello,
acordes agudos
y quedos la llamaron,
convencida
de que encontraría lo buscado,
se acercó
hasta el más alto de los árboles,
y una
mancha roja en el piso la hizo excavar.
Encontró un
corazón oscuro, casi duro, pero todavía latiendo,
lo tomó con
mucho cuidado;
tenía mucho
espacio en el pecho,
queriéndolo
anidar, se lo sumergió.
Le cantó todos
los días,
bailó como
flor mecida por el viento,
voló con
las mariposas.
Un día con
un atardecer rosado, en parte, otra parte rojo,
pasó por el
árbol que dio como fruto su doble corazón,
ahí
encontró a un hombre,
sentado,
excavando desesperado,
se acercó a
él y él preguntó, ¿no encontraste un corazón?
ella
asintió con la sonrisa más tímida,
y se lo
sacó, rosado, tibio pero fresco,
saltando
como niño,
-toma
el hombre
se lo puso, le hizo una caravana y se marchó.
Ella sintió
el hueco enorme del vacío.
Se derrumbó
en el piso, a llorar su renovada y seca soledad.
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