Me cubrió
la niebla
y me guié
por el brillo de tus ojos
que solo
imaginé,
vi
ventanas
alcancé a distinguir mesas con velas,
y pianos
tocando villancicos,
y voces
agudas, trémulas,
y yo
entonando el fantasma de la ópera,
pedaleando sin aire en calles de subida,
guardando tranquilidad
para las bajadas,
sintiendo
el viento más helado que pudiera existir
sobre mi
cara,
dejé de
sentir la nariz,
y la piel
seguro estaría morada,
solo las
manos tenían guantes,
las orejas
y los labios se destrozarían a la llegada,
pero
llegarían de igual forma,
aunque
tuviera que quitarme algunas piezas con una espátula;
salir a buscarte,
me ha hecho
recorrer montañas en medio de la bruma,
y subir
faros para ver el mar negro en la madrugada,
tratando de distinguirte en la nada.
Es que
extrañarte me hace gastar el tiempo,
en cosas
raras,
como contar
las lámparas de luz amarilla intensa en los caminos con hielo,
que hacen resbalar las llantas.
En algo
debo usar mi tiempo vacío,
que dispone
de energía que extraña, y no se apaga.