sábado, 8 de marzo de 2014

otro cuentecillo

Una vez escuché que todos tenemos un alma gemela.

Nunca vi piel más blanca que la suya,
ni mirada azul más transparente,
si alguna vez logré observar sus ojos
vi flotar sus neuronas.

Dicen que se quedó sin alma porque un ángel le dictó un poema de números que nunca descifró,
otros cuentan que se le secó el corazón, y que una vez que tuvo tos lo escupió,
lo que es seguro es que todas las tardes a las 7 recordaba a Galileo,
y si su mirada siempre estaba perdida, se le perdía aún más pensando en la vida injusta que tuvo en su prisión.

Lo conocí en la biblioteca de Florencia, buscando manuscritos originales de Galileo, yo buscaba lo mismo.
Coincidimos por diez años.
Una vez supe que sólo enfocaba su vista ante un documento original e imaginé que también ante un amanecer perfecto.

La última vez que lo vi, creo que me sonrió, quizá lo imaginé, luego se fue caminando por una vereda que dicen que lleva al infinito.
Puedo jurar que se alejó flotando. No apareció nunca más.
Cierto es que no lloré.

Cierto también que los músculos que causan la sonrisa se me atrofiaron, para siempre.

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