Por
descuido,
o
tal vez con causa,
dejé
que me cohabite
este
sentimiento tan desesperado;
a
veces me acaricia
pero
no goza el encierro,
así
que se estira, patea,
me
jala el cabello
me
exprime los ojos.
Se
desborda por la saliva,
lo
veo palpitar bajo la piel,
alzarse
sobre mis uñas;
lo
transpiro y no se evapora,
me
penetra entre los poros,
se
absorbe por los huesos.
Nunca
se tranquiliza
está
desequilibrado.
En
vez de oprimirme por fuera
me
succiona por dentro
me
aprieta el corazón
y
luego lo suelta:
no
tiene piedad.
Qué
inquietud
darle
asilo a esta pasión.
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