Eran tres
compañeros desde antaño
reunidos como
cada noche de jueves
en el bar
centenario
con aspecto de mansión
de ambiente amarillo y tibio
por el
calor de su horno de leña siempre encendido
tibio
también por sus paredes gruesas de adobe.
Entre más fría y húmeda es la noche
mayor es el
magnetismo de la mesa de madera crujiente
que se
quiere quedar con los amigos.
Su conversación siempre es la misma:
Los
escándalos de los artistas,
lo difícil
del tráfico y del clima,
si la
amante en turno de un vecino es rubia o castaña,
la
voluptuosidad adquirida por las mujeres de la ciudad,
las
delicias del internet en las noches de soledad.
Ya casi al
terminar la reunión, uno de los tres hizo una pregunta fuera de guión.
¿Cuáles les
gustarían que fueran sus últimas palabras,
las más
breves y contundentes, antes de morir?
El primero se adelantó: Fui feliz
-eso me
gustaría decir.
El segundo
siguió: Fui feliz y ayude a otros a serlo
pero el primero
argumentó: tuviste que haber ayudado a otros a ser felices para serlo,
así que la
frase es la misma y la mía es más breve.
Y el
tercero concluyó: Cumplí.
Los otros
dos reclamaron:¿cumpliste qué?
Cuando sepa
lo que tengo que cumplir y cumpla,
esa palabra
será lo mismo o mejor que “fui feliz”.
Ya era hora
de partir.
Para un
oficinista burgués
de país tercermundista
de país tercermundista
cada vez
era más difícil pagar la cuenta,
pero
ninguno lo confiesa nunca.
Los tres se
alejaron siguiendo el mismo camino, como siempre,
viendo languidecer la noche,
pero esta
vez, en vez de sonrisa de alcohol, su semblante dibujaba una mueca
de estilo
Mona Lisa.
Seguramente las palabras que repasaban los tres eran ¿y cómo lo vas a averiguar?
Seguramente las palabras que repasaban los tres eran ¿y cómo lo vas a averiguar?
La
siguiente vez les parecerá difícil, probablemente vacío, hablar de los sitios superfluos de la red.
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